Lavadero
Llego al lavadero y Mel Gibson está en
el fondo leyendo el suplemento deportivo del diario. Adentro del local siempre
hace un calor insoportable. No importa la estación del año, Mel siempre está en
remera. Apoyo la bolsa de consorcio sobre el mostrador. Hola, vengo a dejar
esto para lavar. Mel husmea el contenido de la bolsa como si fuese un
inspector de la aduana. Luego me mira, espero que me haga un reproche por no
separar la ropa entre blanca y de colores, está bien, está bien, para mañana
tengo todo listo. Genial, respondo. Entonces pregunta ¿cómo anda tu mamá? Bien, supongo, no
la veo desde que me fui a vivir solo.
Mándale saludos, hace mucho que no la veo. Se mudó con el marido a
otro barrio ¿Se casó? Mirá vos, no sabía nada.
Le dejé la plata para un lavado y
secado y me fui. Detesto ver esos ojos libidinosos cuando hablan de mamá. De
todos modos, estoy acostumbrado. Mi mamá es muy hermosa, realmente. Mi papá
-que no era ajeno a los sentimientos que despertaba mamá en otros hombres- nos
encargaba a mi hermano y a mí que nos pongamos detrás de ella para que no le
miren el culo. Cumplíamos el mandato paterno a raja tabla. Una vez, yendo a la
escuela, me puse detrás de mamá intentando taparle el culo. Estábamos pasando cerca de unos camioneros de ellos,
según papá, había que cuidar a mamá más que de cualquier otro hombre y
profesión. Los camioneros aman los piropos. Parecía que estaba haciendo bien mi
trabajo porque uno me gritó córrete, pibe, que me tapas la visual. Me di
vuelta y le hice fuck you. El camión arrancó y al pasar escuché con
una madre así, mi papá duerme todos los días en el piso. Cuando volví a
casa le conté todo a papá. Me escuchó con atención y me felicitó. Sentí que el
pecho se me inflaba de orgullo.
El
desperfecto técnico que nos había dejado sin lavarropas estaba en el tambor. Se
había roto uno de los ejes. Mamá justo se estaba bañando y el lavarropas
escupía agua como si fuese un volcán en erupción. La cocina se llenó de una
espuma irrefrenable que fue cubriendo cada centímetro de las baldosas color
crema. Llamé con un grito a mamá que salió corriendo de la ducha, pero no pudo
hacer mucho. Vinieron distintos servicios técnicos, todos nos daban soluciones
provisorias que invariablemente se descalabraban a los días. Dado ese ciclo de
arreglos y roturas, mamá empezó a lavar la ropa a mano. Usaba un balde color
rojo y jabón blanco. Pronto la tarea se volvió titánica. Mamá tenía que lavar
la ropa de mi hermano, la mía y la de ella. Decía que sus manos se iban a
estropear, que no valía la pena el esfuerzo.
Un día
mamá se cansó y empezó a llevar la ropa a lo de Mel Gibson a dos cuadras de casa.
Iba a hacer el lavado y se quedaba un rato tomando mates y conversando. Creo
que Mel también se había separado hacía poco tiempo. Creo, también, que Mel
tenía sentimientos por mamá. Una vez le pregunté ¿qué onda con Mel Gibson? Nada, hijo, somos amigos.
Un
martes lluvioso volviendo del colegio pasé por la puerta del lavadero. Mamá
estaba en el fondo, apoyada en las secadoras enormes con una pierna flexionada.
Mel sentado frente a ella no podía quitarle los ojos de encima. Se paró y
caminó hacía donde estaba mamá, llevándose por delante los churros y las
medialunas que junto al mate ocupaban el mostrador. Le acercó la mano a la
cintura. Tardó unos segundos en apoyarla en su totalidad. Lentamente fue rodeando
a mamá y atrayéndola hacía su cuerpo. Nunca había visto temblar a mamá así. Me
pregunté por qué mamá no tenía vergüenza. El local era todo vidriado, estaba a
metros de casa y la podía ver cualquier vecino.
Una fuerza incontenible, como la de mil maquinas en proceso de
centrifugado, se apoderó de mí. Abandoné mi posición estática y entré al lavadero
con la determinación suficiente como para hacer sonar el llamador de ángeles
que colgaba tras la puerta de vidrio. Cuando mamá me vio, le quitó la mano a
Mel de su cintura. Él me miró con una cara de odio que todavía recuerdo. Le
había escupido el asado.
No supe
si eso se lo tenía que contar a papá o no. A esa altura, ya estaban separados. Quería
que papá me felicite una vez más, pero él no estaba bien. Se la pasaba fumando solo
en la oscuridad de su departamento. Repetía la
vida me engañó. Me pareció mejor no decirle nada. A él también le habían
escupido el asado.
Maximiliano Cosentino
Bio
Maximiliano Cosentino (Buenos
Aires, 1984) estudió psicología y filosofía en la Universidad de Buenos Aires.
Docente en el CBC. Dicta talleres de escritura académica. Concurre con
regularidad a los talleres de escritura de Osvaldo Bossi y Mariano Dorr. Formó
parte de la organización del Ciclo Necesito Oler Limón. Parte de su producción
escrita se puedo encontrar en https://perspectivaderana.wordpress.com/
Sobre el texto
“Lavadero” es parte de una
novela en la que estoy trabajando: Multiple Choice. La idea fue representar una escena de pèrdida
de inocencia a través del deseo erótico de la madre del protagonista.
Me encanto este relato .......
ResponderBorrarLa expresión "La vida me engañó" resume un pasado, un carácter y el contendio de un bolero, un tango y una cumbia.
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