viernes, 22 de mayo de 2015


Lavadero

Llego al lavadero y Mel Gibson está en el fondo leyendo el suplemento deportivo del diario. Adentro del local siempre hace un calor insoportable. No importa la estación del año, Mel siempre está en remera. Apoyo la bolsa de consorcio sobre el mostrador. Hola, vengo a dejar esto para lavar. Mel husmea el contenido de la bolsa como si fuese un inspector de la aduana. Luego me mira, espero que me haga un reproche por no separar la ropa entre blanca y de colores, está bien, está bien, para mañana tengo todo listo. Genial, respondo. Entonces pregunta ¿cómo anda tu mamá? Bien, supongo, no la veo desde que me fui a vivir soloMándale saludos, hace mucho que no la veo. Se mudó con el marido a otro barrio ¿Se casó? Mirá vos, no sabía nada.
Le dejé la plata para un lavado y secado y me fui. Detesto ver esos ojos libidinosos cuando hablan de mamá. De todos modos, estoy acostumbrado. Mi mamá es muy hermosa, realmente. Mi papá -que no era ajeno a los sentimientos que despertaba mamá en otros hombres- nos encargaba a mi hermano y a mí que nos pongamos detrás de ella para que no le miren el culo. Cumplíamos el mandato paterno a raja tabla. Una vez, yendo a la escuela, me puse detrás de mamá intentando taparle el culo. Estábamos  pasando cerca de unos camioneros de ellos, según papá, había que cuidar a mamá más que de cualquier otro hombre y profesión. Los camioneros aman los piropos. Parecía que estaba haciendo bien mi trabajo porque uno me gritó córrete, pibe, que me tapas la visual. Me di vuelta y le hice fuck you. El camión arrancó y al pasar escuché con una madre así, mi papá duerme todos los días en el piso. Cuando volví a casa le conté todo a papá. Me escuchó con atención y me felicitó. Sentí que el pecho se me inflaba de orgullo.
El desperfecto técnico que nos había dejado sin lavarropas estaba en el tambor. Se había roto uno de los ejes. Mamá justo se estaba bañando y el lavarropas escupía agua como si fuese un volcán en erupción. La cocina se llenó de una espuma irrefrenable que fue cubriendo cada centímetro de las baldosas color crema. Llamé con un grito a mamá que salió corriendo de la ducha, pero no pudo hacer mucho. Vinieron distintos servicios técnicos, todos nos daban soluciones provisorias que invariablemente se descalabraban a los días. Dado ese ciclo de arreglos y roturas, mamá empezó a lavar la ropa a mano. Usaba un balde color rojo y jabón blanco. Pronto la tarea se volvió titánica. Mamá tenía que lavar la ropa de mi hermano, la mía y la de ella. Decía que sus manos se iban a estropear, que no valía la pena el esfuerzo.
Un día mamá se cansó y empezó a llevar la ropa a lo de Mel Gibson a dos cuadras de casa. Iba a hacer el lavado y se quedaba un rato tomando mates y conversando. Creo que Mel también se había separado hacía poco tiempo. Creo, también, que Mel tenía sentimientos por mamá. Una vez le pregunté ¿qué onda con Mel Gibson? Nada, hijo, somos amigos.
Un martes lluvioso volviendo del colegio pasé por la puerta del lavadero. Mamá estaba en el fondo, apoyada en las secadoras enormes con una pierna flexionada. Mel sentado frente a ella no podía quitarle los ojos de encima. Se paró y caminó hacía donde estaba mamá, llevándose por delante los churros y las medialunas que junto al mate ocupaban el mostrador. Le acercó la mano a la cintura. Tardó unos segundos en apoyarla en su totalidad. Lentamente fue rodeando a mamá y atrayéndola hacía su cuerpo. Nunca había visto temblar a mamá así. Me pregunté por qué mamá no tenía vergüenza. El local era todo vidriado, estaba a metros de casa y la podía ver cualquier vecino.  Una fuerza incontenible, como la de mil maquinas en proceso de centrifugado, se apoderó de mí. Abandoné mi posición estática y entré al lavadero con la determinación suficiente como para hacer sonar el llamador de ángeles que colgaba tras la puerta de vidrio. Cuando mamá me vio, le quitó la mano a Mel de su cintura. Él me miró con una cara de odio que todavía recuerdo. Le había escupido el asado. 
No supe si eso se lo tenía que contar a papá o no. A esa altura, ya estaban separados. Quería que papá me felicite una vez más, pero él no estaba bien. Se la pasaba fumando solo en la oscuridad de su departamento. Repetía la vida me engañó. Me pareció mejor no decirle nada. A él también le habían escupido el asado.


Maximiliano Cosentino

Bio

Maximiliano Cosentino (Buenos Aires, 1984) estudió psicología y filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Docente en el CBC. Dicta talleres de escritura académica. Concurre con regularidad a los talleres de escritura de Osvaldo Bossi y Mariano Dorr. Formó parte de la organización del Ciclo Necesito Oler Limón. Parte de su producción escrita se puedo encontrar en https://perspectivaderana.wordpress.com/

Sobre el texto


“Lavadero” es parte de una novela en la que estoy trabajando: Multiple Choice.  La idea fue representar una escena de pèrdida de inocencia a través del deseo erótico de la madre del protagonista. 

2 comentarios:

  1. La expresión "La vida me engañó" resume un pasado, un carácter y el contendio de un bolero, un tango y una cumbia.

    ResponderBorrar